miércoles, 10 de febrero de 2016

EL TRAMPOLÍN

Esclavo de sus pequeñas piernas infantiles, le resultaba difícil trepar por los elevados peldaños de la escalera de caracol; chapoteando descalzo sobre los charcos que se formaban en el irregular hormigón de los escalones. Con habilidad, sorteaba las largas piernas de los adultos que bajaban la mirada sorprendidos. 

En ocasiones, incluso, alguno de ellos le cogía en brazos para bajarle de nuevo al césped, riñéndole por tratar de llegar a lo alto.

Pero allá volvía Juan a la carga con inconsciente decisión, encarando una vez más las largas escaleras del trampolín.

No sabía nadar aún, pero ese detalle era apenas una  anécdota insignificante, incapaz de detener un ímpetu indomable, que azuzaba con su testarudez irreflexiva desde las entrañas del pequeño ser.

El plan trazado obviaba el asunto de la natación, planteando la alternativa de la apnea como solución prodigiosa. Sólo había que bucear desde el punto de impacto hasta la escalerilla metálica del bordillo. Hazaña de simple ejecución en la abstracción de la mente, pero a la que Juan concedía secretamente la gravedad de una dificultad inherente, incrementada por  la agonía del fallo hipotético en la tentativa. 

En cualquier caso, el esfuerzo y el riesgo se veían ampliamente recompensados por la emoción del salto.

Por mucho tiempo después de aquello,  cuando se paraba a recordar, a Juan le conmovía la huella de aquellas sensaciones. 

La emoción del cosquilleo que le provocaban los fríos dedos del miedo jugando a revolver las tripas, al avanzar a través de la larga y estrecha tabla; encaminándose hacia el borde contra las presas del vértigo que trataban de asir sus tobillos infructuosamente. La amenaza tenaz del abismo abierto, más allá de las reducidas dimensiones del tablón, era sin quererlo parte del reto que espoleaba la empresa.

La imponente vista desde la altura, parecía doblegarse bajo sus diminutos pies, como en una reverencia sumisa y grave a su gigante figura infantil.

Abajo en el césped, su hermano gritaba y lloraba aterrado ante la imagen del flotador de cabeza de pato desinflándose mientras abrazaba su cintura. Al pobre le causaba pavor esa escena en que la silueta comenzaba a desfigurarse en un gesto macabro, plegándose agónica sobre sí misma, mientras el aire se fugaba a raudales por la válvula abierta y su padre se reía divertido por la situación.

Su madre, por el contrario, se enfadaba y recriminaba a su marido que asustase al crío con aquel espectáculo una y otra vez. Tampoco le gustaba en absoluto que permitiese a Juan subir al trampolín para lanzarse a la piscina. Sin saber siquiera nadar. Sufría con todo aquello y los nervios le consumían, cosa que parecía causar cierto regocijo simpático en el padre de los niños.

Juan avanzó hasta el filo de la tabla y con un salto decidido, se lanzó escorado hacia la izquierda, recortando en la caída la distancia horizontal que le separaba del bordillo. 

Aún recuerda el empujón que da el valor para romper la resistencia del miedo natural, de la conciencia instintiva de la evasión del riesgo. La patada decidida al abismo. No olvida el vacío en el estómago ni el clamor en el pecho; el cosquilleo, la duración de la caída. La azul superficie elevándose vertiginosamente hacia él con los destellos del sol fulgiendo rabiosos al ritmo nervioso del agua agitada. Como muchos años más tarde vería la tierra pedregosa buscando el encuentro violento con sus botas militares descendiendo del cielo tras lanzarse de un avión sumido en similares sensaciones. 

Rompió la superficie y se sumergió hasta el fondo, buscando el suelo para impulsarse hacia la escalerilla. Buceó hasta quedarse sin aire, antes de lo previsto, y sufrió hasta alcanzar la orilla. Salió del agua aturdido, tosiendo y sobrecogido, aunque iluminado con una sonrisa  enorme de satisfacción.

Lejos, a unos cuarenta metros, su madre parecía incómoda mientras buscaba los bocadillos en el cestón. Su padre, algo nervioso, trataba ahora de esconder el flotador de la vista de su hermano, que se había convertido en el centro de atención de todos los usuarios de la piscina. Aullando estridentes alaridos mientras el pato de plástico se consumía una vez más.

Juan sonrió, y con el corazón acelerado, corrió de nuevo  hacia la escalera del trampolín.

Ángel Molina


9 comentarios:

  1. Me trae recuerdos de mi propia infancia y de esos veranos familiares en la piscina publica a reventar de gente.
    Pero tengo una duda, éste Juan es el mismo de la historia de colombia y de afganistán? Es el mismo personaje todo el rato?
    Por qué los primeros relatos están en primera persona y firmados por el mismo y los otros están firmados por Sergio?
    Bueno son dos dudas...
    Un saludo y enhorabuena por el blog

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  2. Me trae recuerdos de mi propia infancia y de esos veranos familiares en la piscina publica a reventar de gente.
    Pero tengo una duda, éste Juan es el mismo de la historia de colombia y de afganistán? Es el mismo personaje todo el rato?
    Por qué los primeros relatos están en primera persona y firmados por el mismo y los otros están firmados por Sergio?
    Bueno son dos dudas...
    Un saludo y enhorabuena por el blog

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    1. Hola Elo. Gracias por tu comentario,me alegro de que te evoque un pasado agradable.
      En efecto, Juan es el mismo personaje desde Collblanc, hasta los pasajes de Afganistán o el de Colombia. Los relatos saltan en el tiempo hacia delante y hacia atrás. Los primeros los cuenta el propio Juan en primera persona y los otros los narro yo...
      Gracias por tu interés. Si te surgen más dudas, pregunta sin problemas.

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  3. Pues me ha encantado. Además, es que me has devuelto sensaciones, miedos, imágenes, niñez y atrevimiento. Lo dicho, me ha encantado. Voy a ver si encuentro un trampolín.

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    1. ¿Que tal, Ben? Es un honor rejuvenecer en ti la percepción sensitiva y devolverte a la infancia, espacio por lo general más agradable. Al menos desde la perspectiva miope de ésta etapa adulta, que empieza a sufrir de melancolítis. Eso al menos me sucede a mi. Nostalgitis aguda con un cuadro severo de melancolitis. Suerte que la medalomismitis, que también padezco, contrarresta un poco los síntomas de lo anterior.
      De todos modos, si encuentras un trampolín digno con agua suficiente bajo su vertical, avísame y te acompaño.

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  4. Entretenido, nostálgic y evocador. Seguro que trás la lectura muchos se recordarán parte d su infancia.
    ¿ con qué edad tenías tan grandes aventuras ?

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    1. Hola Ana. Me alegra que te guste el relato,siempre es gratificante provocar sensaciones en los demás. Es como una confirmación de que estamos vivos y nuestras acciones tienen su incidencia sobre la colectividad. Cosa reconfortante y que justifica, en parte, la influencia del mundo sobre nosotros mismos, como seres individuales.
      Pues las aventurillas estas, que tampoco son tales, sino apenas fotografías de situaciones convencionales más próximos a la rutina que a las grandes epopeyas, son vivencias que no me pertenecen.
      Concretamente Juan, quien protagoniza este relato, debía tener entre tres y cuatro años en esos momentos.

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    2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Hola, Sergio, por los comentarios anteriores veo que este relato es una continuidad; no obstante está tan bien escrito y conseguida esa atmósfera pretendida, que tiene para mí entidad propia y me ha encantado. Te felicito. Saluditos.

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