La fotografía ha cambiado
en los últimos años y la estampa íntima y agreste guardada con celo por aquel
negativo, ha sido arrasada por la impertinente irrupción de los nuevos tiempos.
El criminal galope de la vorágine inmobiliaria y el salvaje capitalismo del
ladrillo, hundieron sus cascos devastadores en el tierno corazón de aquel
rincón del mundo, arrasando el alma silvestre e inocente de esos acantilados de roca,
recogidos sobre las limpias calas de arena gruesa y aspecto perlado.
Pero décadas atrás, el pequeño
Juan Manuel Domínguez Baena reía despreocupado con sus hermanos, retando al
inmenso mar con sus pequeñas incursiones
contra las olas, que morían sangrando su espuma blanca sobre la playa. Un sol
limpio y tórrido bruñía su piel infantil, tersa y fulgente por el agua, la
crema y el sudor.
Durante el año, la
familia vivía recluida en complejos de viviendas ajenas al mundo. Un espacio de lujos cercado por muros altos y alambradas de espino que mantenían la
presión de un universo convulso arañando el exterior de sus defensas. Sólo en ocasiones, la familia
escapaba de aquella aséptica atmósfera de suntuosidades para flotar entre la
miseria del exterior en su burbuja siempre infranqueable de seguridad.
A la corta edad de ocho
años, la carrera diplomática de su padre zarandeaba las velas de su común
galeón, arrojándolos a todos contra los rincones más exóticos del planeta. Con
toda la crudeza de la palabra “exótico” apuñalando el corazón y los grandes
ojos del pequeño Juan Manuel. Desde las
entrañas negras y hambrientas de Bamako, hasta los olores a pólvora y a podrido
de un Kabúl desgarrado por una guerra
infinita. Desde la macabra violencia opresiva
de San Salvador, hasta el ajetreo distendido de un Pekín siempre encapotado por
una nube densa de contaminación.
Por aquellos lejanos
tiempos, el pequeño Domínguez tenía
apenas conciencia de lo particular de su vida errante. Quizá algún arañazo en
el alma producido por las escenas desnudas del pudor de lo seráfico. Quizá alguna
quemadura en la ternura de un corazón aún permeable a las inclemencias del
mundo. Quizá algún zarpazo en la garganta de las imágenes crudas que se
sucedían más allá de la ventanilla blindada del coche diplomático con que
perforaban la realidad ardiente y correosa de la necesidad ajena. Adormecidos
por las caricias hipnóticas del
climatizador y los susurros melódicos de la música neutra del radiocasete.
Luego, como todos los
veranos hasta aquél, un avión envuelto en la estampa fulgente del pájaro de la
libertad les cargaba sobre sus lomos para navegar sobre un mar de pálidos cirros y devolverles a las
cálidas costas de Gerona. Y allí consumían sus días de estío. Desbocados por la
proximidad de otros niños, de otras gentes, de un mismo idioma, de una
seguridad marcada por la ausencia de los escoltas y el desvanecimiento de los
mundos tensos y amenazantes de los despojados. Allí volvían a ser niños en un
universo de ternura familiar y sonrisas distendidas. Y los pinos de los
acantilados se inclinaban para contemplar ensimismados sus juegos sobre las
arenas de las calas y los destellos de las olas.
Aquel sería uno de los
últimos veranos que la familia disfrutase de aquella rutina agradable.
Poco después, un atentado
en Beirut acabaría con la vida del hermano mayor, y el cielo azul de la vida
infantil se emborrascó; la lluvia fría de un dolor inmisericorde, desatento de
la inocencia ávida de clemencia, empapó las ropas infantiles de un alma con
acné de adolescente y ojeras de pesadilla. Y el mundo pareció cambiar de rumbo
contra el naufragio del galeón familiar con las velas desgarradas y varado en una
ola inmóvil. Congelado en la inmisericorde soledad de un océano desquiciado.
Así se quebró la idílica burbuja
de los Domínguez, y todo el hedor del
mundo irrumpió sin reverencias en sus pulmones. Desde entonces,
posicionado en un silencio sobrio, la densa inquina de la realidad se adhirió a
la piel del pequeño Juan Manuel, y los países que habitaron durante los años
siguientes se convirtieron en una obsesión para el hambre de un ansia de conocimiento
que devoraba con desesperación preguntas y respuestas. Una vida apegada a las
labores diplomáticas de su padre y su frío mundo de pasillos, reuniones y buenas
maneras escondiendo ocultos intereses. Y al otro lado de los muros el eterno
olor a podrido de las alcantarillas mezclándose en una pugna interminable con el embriagador aroma de las especias, del pan
caliente y de la carne de cordero a la brasa de los puestos callejeros.
De ese modo, entre la
pinza de dos realidades irreconciliables, el pequeño Juan Manuel fue muriendo;
y el joven diplomático y político Domínguez Baena fue haciéndose un hueco a la
sombra de su padre y al calor de esos mundos que ilustraban su conciencia y su
percepción. Cada rincón del orbe que sus ojos apresaron, dejó su tatuaje en su
piel y su olor en sus pulmones. Y así, Domínguez se hizo a sí mismo como a un
tapiz de retazos y jirones de planetas distintos y agónicos, bordados sobre la
seda uniforme de una vida de lujos y de cariñosas atenciones, pero con el hilo
del dolor, y las fragancias de las grandes cosas tratadas con la sutileza amable
de lo intranscendente.
Tristemente, aquellos
años lejanos de paz y pureza, previos a la muerte de su hermano Jaime, quedaron
desterrados al sótano de la memoria, donde los recuerdos se cubren de polvo y
de telarañas. Pero la familia alegre que una vez fuera, con el mar a la
espalda, fundidos en un abrazo común, sonreía
desde los días pretéritos al
objetivo de la cámara.
Sólo una fotografía robada a un segundo de actividad despreocupada y felicidad impetuosa, conservaba el brillo tenue de un tiempo pasado desde el marco de madera sobre la mesita de noche de Don José Manuel Domínguez Baena, actual ministro del interior del gobierno español.
Sólo una fotografía robada a un segundo de actividad despreocupada y felicidad impetuosa, conservaba el brillo tenue de un tiempo pasado desde el marco de madera sobre la mesita de noche de Don José Manuel Domínguez Baena, actual ministro del interior del gobierno español.
Ángel Molina
Hola Sergio, por fin has vuelto. Me había acostumbrado a tu relatos y sus personajes y me ha gustado verte aparecer otra vez.
ResponderEliminarEspero el día en que por fin estos personajes se junten y nos entregues una histiría que presumo será muy buena