Un alto en la marcha.
Juan planta la suela de
su bota sobre la tierra polvorienta y con cierta dificultad mermada por la
práctica, baja del vehículo con la cantonera del fusil enclavada entre el
chaleco antibalas y el hombro empapado de sudor. Se han detenido en una diminuta y remota
aldea. Olvidada del tiempo entre un mar de arena y piedra amarillenta. Algunos
seres andrajosos observan impasibles, agazapados. Como diestros funambulistas con un equilibrio entrenado, sobre los muros de adobe
de sus casuchas.
Bajo el pesado casco, la
cabeza amenaza con inflamarse y convertirse en una llamarada indomable. Juan
tiene la sensación de haber desaparecido. Como si leyese en las miradas serias
que le vigilan, que no hay nada bajo las voluminosas dimensiones de su chaleco, tras el fusil
adornado de visores, linternas, empuñaduras bípode y designadores láser. Nada
bajo la sombra del casco. Nada sobre las botas ni entre las cartucheras, los
porta cargadores, la radio portátil ni el uniforme blanqueado y desgastado por el sol. Tiene la sensación de haberse
evaporado para siempre. Puede verlo con claridad en las expresiones impávidas de
los aldeanos. Solo ven el fusil, el casco, el chaleco, las botas… Pero él es invisible.
Unicamente la guerra es
perceptible a los sentidos de aquellos seres castigados. Y no hay humanidad en quienes empuñan las armas. En esos prepotentes semidioses, siempre arrogantes, siempre en tensión. Vigilantes,
desconfiados; venidos de otros mundos,
como meteoritos caídos con su estela de fuego y humo sobre estos páramos
yertos.
Juan respira hondo y
siente la presión de las placas balísticas comprimiendo su tórax y el aire
abrasando sus fosas nasales, su garganta y sus pulmones.
El teniente radia
alguna orden absurda que suena metálica y grave por el amplificador.
Como molesto por la
presencia extranjera, se desata un viento vertiginoso que se desliza
acariciando con su vientre las áridas superficies vestidas del polvo de siglos
y milenios. Curtiendo con su arañar
correoso y firme los rostros ajados de los olvidados del tiempo. De los
condenados a morar en este averno de ocres y amarillos tapizado de altas
cordilleras y amplias llanuras.
Los ojos enrojecidos de
los hijos de éste infierno seco y áspero, observan resignados la muerte
imperante en sus desérticos dominios. Asomándose imperturbables entre los
párpados derruidos y arrasados por tanta miseria contemplada. Ojos que se
entreabren impasibles, sumidos siempre en un denso halo de circunspección. Y desde las
profundidades del ser atisban,
precariamente cobijados en la sombra
forzada por un ceño fruncido, pasado y
futuro. Serenamente serios. En cuclillas desde el trono impávido de los altos
cerros.
Abajo, en el valle yermo,
vagan las enjutas cabras de vello pardo y polvoriento. El cielo se abre con su
azul inmenso sobre sus cabezas sólo para que el sol pueda caer con toda la
fuerza de sus tórridas llamaradas. Empotrando al anciano pastor contra la
tierra ardiente, golpeando sus hombros, lastrando su espalda vieja. Entre los matojos raquíticos y secos destaca
el verde oliva sudado de óxido de una granada de mortero que, incrustada en el
suelo hasta la mitad, luce los
estabilizadores desgastados como una orgullosa corona. Las cabras mordisquean los
hierbajos a su alrededor humedeciendo el metal con el aliento de sus hocicos.
Lejos, una nube de críos descalzos corren como un enjambre caótico,
persiguiéndose unos a otros entre risas cuyos ecos llegan intermitentes
arrastrados por ese viento que no cesa de hacer cabriolas. Levantando polvaredas
y jugando con ellas en el aire hasta que se desvanecen. Una y otra vez.
Los ojos entrenados de
Juan buscan con precisión indicios de presencia enemiga y amenazas escondidas.
Pero lo hacen de forma autónoma. Su mente cabalga lejos de allí. Al galope por
entre los recuerdos frescos y húmedos de aquella noche con Alba; sentados en un
banco de Argüelles y fundidos en un abrazo que se le evidencia tan infinito
como la distancia y el tiempo que se
interponen entre él y su pasado.
Ángel Molina
Muy buen relato. Explica en unos pocos párrafos, unos minutos de la vida de un pequeño círculo de personas, que no todo el mundo comprende. Gracias por tus palabras, no dejes de escribir.
ResponderEliminarMuchas gracias Vale; mi idea es que con el paso de los días y a través de los relatos,esos minutos robados de diversos episodios, acaben por explicar el personaje. Y de éste modo comprendamos quién es cada cual y por qué es lo que es.
ResponderEliminarGracias de nuevo.
Especialmente emotivo. Te sigo
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