sábado, 30 de enero de 2016

Pasajes de Afganistán

Un alto en la marcha.



Juan planta la suela de su bota sobre la tierra polvorienta y con cierta dificultad mermada por la práctica, baja del vehículo con la cantonera del fusil enclavada entre el chaleco antibalas y el hombro empapado de sudor.  Se han detenido en una diminuta y remota aldea. Olvidada del tiempo entre un mar de arena y piedra amarillenta. Algunos seres andrajosos observan impasibles, agazapados. Como diestros funambulistas  con un  equilibrio entrenado, sobre los muros de adobe de sus casuchas.
Bajo el pesado casco, la cabeza amenaza con inflamarse y convertirse en una llamarada indomable. Juan tiene la sensación de haber desaparecido. Como si leyese en las miradas serias que le vigilan, que no hay nada bajo las voluminosas  dimensiones de su chaleco, tras el fusil adornado de visores, linternas, empuñaduras bípode y designadores láser. Nada bajo la sombra del casco. Nada sobre las botas ni entre las cartucheras, los porta cargadores, la radio portátil ni el uniforme blanqueado y desgastado  por el sol. Tiene la sensación de haberse evaporado para siempre. Puede verlo con claridad en las expresiones impávidas de los aldeanos. Solo ven el fusil, el casco, el chaleco, las botas… Pero él es invisible. 

Unicamente la guerra es perceptible a los sentidos de aquellos seres castigados. Y no hay humanidad en quienes empuñan las armas. En esos prepotentes semidioses, siempre arrogantes, siempre en tensión. Vigilantes, desconfiados;  venidos de otros mundos, como meteoritos caídos con su estela de fuego y humo sobre estos páramos yertos.

Juan respira hondo y siente la presión de las placas balísticas comprimiendo su tórax y el aire abrasando sus fosas nasales, su garganta y sus pulmones. 

El teniente radia alguna orden absurda que suena metálica y grave por el amplificador.

Como molesto por la presencia extranjera, se desata un viento vertiginoso que se desliza acariciando con su vientre las áridas superficies vestidas del polvo de siglos y milenios.  Curtiendo con su arañar correoso y firme los rostros ajados de los olvidados del tiempo. De los condenados a morar en este averno de ocres y amarillos tapizado de altas cordilleras y amplias llanuras.


Los ojos enrojecidos de los hijos de éste infierno seco y áspero, observan resignados la muerte imperante en sus desérticos dominios. Asomándose imperturbables entre los párpados derruidos y arrasados por tanta miseria contemplada. Ojos que se entreabren impasibles, sumidos siempre en un denso  halo de circunspección. Y desde las profundidades del ser  atisban, precariamente cobijados en  la sombra forzada por un ceño fruncido,  pasado y futuro. Serenamente serios. En cuclillas desde el trono impávido de los altos cerros.



Abajo, en el valle yermo, vagan las enjutas cabras de vello pardo y polvoriento. El cielo se abre con su azul inmenso sobre sus cabezas sólo para que el sol pueda caer con toda la fuerza de sus tórridas llamaradas. Empotrando al anciano pastor contra la tierra ardiente, golpeando sus hombros, lastrando su espalda vieja.  Entre los matojos raquíticos y secos destaca el verde oliva sudado de óxido de una granada de mortero que, incrustada en el suelo  hasta la mitad, luce los estabilizadores desgastados como una orgullosa corona. Las cabras mordisquean los hierbajos a su alrededor humedeciendo el metal con el aliento de sus hocicos. Lejos, una nube de críos descalzos corren como un enjambre caótico, persiguiéndose unos a otros entre risas cuyos ecos llegan intermitentes arrastrados por ese viento que no cesa de hacer cabriolas. Levantando polvaredas y jugando con ellas en el aire hasta que se desvanecen. Una y otra vez.

Los ojos entrenados de Juan buscan con precisión indicios de presencia enemiga y amenazas escondidas. Pero lo hacen de forma autónoma. Su mente cabalga lejos de allí. Al galope por entre los recuerdos frescos y húmedos de aquella noche con Alba; sentados en un banco de Argüelles y fundidos en un abrazo que se le evidencia tan infinito como  la distancia y el tiempo que se interponen entre él y su pasado.


Ángel Molina






3 comentarios:

  1. Muy buen relato. Explica en unos pocos párrafos, unos minutos de la vida de un pequeño círculo de personas, que no todo el mundo comprende. Gracias por tus palabras, no dejes de escribir.

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  2. Muchas gracias Vale; mi idea es que con el paso de los días y a través de los relatos,esos minutos robados de diversos episodios, acaben por explicar el personaje. Y de éste modo comprendamos quién es cada cual y por qué es lo que es.
    Gracias de nuevo.

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